Todos experimentamos, al menos una vez en la vida, un deseo de cambio profundo, que es concebido y materializado de distinta manera, dependiendo como seamos cada uno de nosotros.
Este deseo se orienta hacia diversos objetivos, según sea cada circunstancia:
- Un nuevo rumbo laboral
- Un cambio de ciudad
- Romper con rencillas del pasado y mejorar las relaciones con familiares, amigos, etc.
- Abandonar los malos hábitos (dejar de fumar, comer más sano, dormir mejor, aumentar la actividad física)
- Formalizar una separación de pareja
y puede manifestarse de diversas formas:
- Un estado de ánimo y predisposición diferentes (tenemos una visión más positiva de la vida, abandonamos la inclinación hacia el egoísmo, mejoramos las relaciones con el propio entorno…)
- Una nueva imagen física (compramos ropa nueva, nos cortamos el pelo, nos maquillamos o cambiamos la forma de hacerlo…).
Reconciliarnos con viejas deudas personales nos hace sentir bien y exhibe nuestro mejor yo, sin embargo, lo que muchas personas desconocen es que todos esos cambios que acaban siendo bastante evidentes (un nuevo aspecto, un cambio de conducta o actitud ante la vida) son, o al menos así deberían ser, producto de una importante revolución interior.
Y es que si no profundizamos en nuestra faceta más íntima buscando el origen de nuestras frustraciones, si no tomamos plena conciencia de que nos encontramos realmente incómodos con nuestro presente, no podremos terminar viviendo conforme nos dicten nuestras emociones y no se producirán cambios coherentes, ni perdurables.
Quiero, soy capaz.
Contrariamente a lo que muchos piensan, el deseo de cambiar es positivo y una demostración palpable de la propia evolución, que nos lleva a ser conscientes de nuestros errores y del deseo de avanzar.
Querer deshacerse de lo que nos incomoda o de aquello que nos entristece, … de todo lo que nos deja en un punto sin aparente retorno, es el primer paso para el cambio que está a punto de bullir desde el interior y para todo esto la herramienta más poderosa que tenemos es el pensamiento positivo sin olvidarse de que el principal rival a batir está en uno mismo.
El motor que iniciará tu cambio parte por saber responder con honestidad quién eres, qué es lo que quieres y cuándo deseas conseguirlo y el combustible que moverá ese motor es la firme decisión por llevarlo a término conforme lo has planeado.
El deseo de cambio, en ocasiones, se inicia de manera repentina, a modo de reacción espontánea, en estos casos, el desencadenante es un gran desengaño o cualquier otro acontecimiento traumático, otras veces es producto de una intensa y larga reflexión, durante la cual tomamos conciencia de que llevamos demasiado tiempo anclados e instalados en la zona de confort.
Lo que equipara a todas estas situaciones es el ineludible compromiso por dejar atrás el pasado, renacer y transformarse. Una vez que el cambio comience transformará por completo a la persona; será imparable, como una avalancha de nieve.
El cambio se inicia con el deseo de cambiar, puede que no sea fácil (o rápido) reaccionar y enfrentarse a ese propósito, la buena noticia es que siempre podrás alcanzarlo con la ayuda adecuada.
¿Lo hacemos junt@s?